En esta sección cada día es posible encontrar una reflexión sobre el Evangelio del Día.

Domingo 25 Abril 2021

Cuarto Domingo de Pascua – Ciclo B

Palabra del día
Evangelio de Juan 10,11-18

Bello Pastor

En Oriente, la función del pastor la desenvolvía el mismo propietario del rebaño, o sino, uno de sus hijos. El rebaño constituía su única riqueza, y el monto de su riqueza era el numero de ovejas que poseía.
El pastor y la ganadería eran un perno esencial en la economía del país, a pesar de ello, era una actividad no apreciada ni considerada. Los pastores, aún siendo la espina dorsal de la estructura social, eran considerados como marginados, sucios, sin principios, carentes de ambiciones, soñadores.
El pastor no tiene horarios ni días feriados o vacaciones, para el pastor no hay noche o día, sueño regular, el cuidado del rebaño no conoce pausa bajo cualquier cielo. Valiente contra los ladrones, combate osos y lobos, atentísimo a las exigencias de sus ovejas, vigilante y siempre pronto, conocedor perfecto de cada una de sus ovejas.
El pastor estaba armado de honda y bastón, un bastón a menudo curvado para aferrar los corderitos que caían en algún hueco y acantilado. Su nutrimiento consistía en uva pasa y pan, queso y olivas, que llevaba consigo en una bolsa de cuero.
Casi siempre buenos instrumentistas, músicos y cantores, los pastores se acompañaban con diversos instrumentos en las largas horas de soledad bajo el sol o acurrucados al calor del fuego en alguna gruta.
Jesús se anuncia como el Pastor, el verdadero pastor de la humanidad, el único pastor que está listo para ofrecer su vida por el rebaño.
Jesús se presenta a la humanidad como el único pastor y nos dona una luz particularísima de su ser pastor, una connotación radical y determinante, utiliza el término kalòs, traducido comúnmente con bueno. En verdad kalòs por encima de los significados expresa principalmente el concepto de bello, excelente, eminente, de primera elección, precioso, útil, apropiado, encomiable, admirable. Si bajamos un peldaño, se usa para expresar lo bello que se ve, bien hecho, magnífico, excelente en su naturaleza y características, y por lo tanto apto a su finalidad, genuino, aprobado, precioso, por lo tanto bueno. En conjunto a nombres de hombres designados por su oficio, define el concepto de competente, capaz, noble, bello con motivo de pureza de corazón y de vida, y por tanto loable, moralmente bueno, noble, honorable, que influencia la mente de modo bueno, confortador y confirmante.
Jesús ha indicado en su belleza la connotación más propia, y Él mismo se autodefine bello pastor. Repite más y más veces en esta página que él y sólo él es el pastor bello, y solo él ofrece la vida por sus ovejas, los otros, sin dudas, son ladrones, impostores y mercenarios.
El término kalòs, bello, no es una nota de color, un adjetivo meramente descriptivo, sino es una hendidura grandiosa del verdadero rostro de Dios Jesús, la Belleza.
A Jesús le interesa remarcar que él es el pastor, aquel bello, el pastor que tiene en sí la resplandeciente belleza y la singular gracia de Dios. Cierto que Jesús es también la esencia de la bondad y de la misericordia, pero es él mismo que desea ser conocido, amado, reconocido y escuchado por su belleza.
Pero, ¿por qué Jesús ha amado darnos esta definición de sí tan particular, entre otras cosas no fácilmente asociable para nuestras estructuras mentales y para nuestras convenciones espirituales y teológicas, cuando la primera característica de Dios es ciertamente la bondad?
La bondad es una cualidad inconmensurable que se encuentra en las personas, es sin duda la característica humana y espiritual más tranquilizante. Una persona buena nos pacífica, nos enternece el corazón, nos tranquiliza, nos conforta. La bondad es ciertamente la característica espiritual y emotiva que vuelve más sólidas nuestras estructuras emocionales, más ventajosas aquellas relacionales. La bondad alienta, consuela, anima, deshace las dudas, repara fracturas, reactiva las circulaciones afectivas.
Tenemos necesidad de la bondad de Dios y de los hombres para vivir mejor, la bondad está más allá de la justicia, antes que el deber, el zumo cotidiano del amor. Pero hay una cosa que la bondad no puede hacer. Hay palancas en el corazón del hombre que la bondad no logra mover, no le son propias. La bondad ayuda siempre y por doquier, pero no es capaz de mover las palancas del enamoramiento. Todo ayuda a enamorarse y el enamoramiento ciertamente no lo es todo en la vida, y sin embrago para hacer enamorar a un corazón, la bondad es sí importante pero no desencadenante. Lo que logra desplazar los equilibrios con la potencia de la emoción del enamoramiento es la belleza.
Es la belleza que trastorna la mirada, los equilibrios, la mente, las seguridades, abre perspectivas, desquicia los perjuicios, atrae y atrae más que cualquier fuerza en el mundo.
La belleza de las estrellas encanta más que toda poesía, la belleza de las cascadas y de los bosques revela más que toda filosofía, la belleza de los ojos, de las manos narra más que toda literatura, la belleza de los desiertos y de los glaciares explica más que toda argumentación. La belleza excita y apacigua, contagia e impresiona. No se puede amar lo que no gusta, lo que para nosotros no es bello. Imposible. No se pueden amar a los pobres sólo porque son necesitados, se pueden amar verdaderamente cuando se descubre su belleza intrínseca. No se puede amar el propio esposo ni la propia esposa por contrato y sentido de responsabilidad, sino sólo si se entrevén en el amado una belleza y una gracia que te quitan el aliento. No se puede amar a la iglesia, la propia comunidad cristiana por deber o por elección, sino porque sientes que es bella, es bellísima y aprendes a reconocer su esplendor aún cuando no es como debería ser. No se puede amar ni siquiera a sí mismo si no nos gustamos al menos un poco, y no sentimos que, no obstante las pobrezas, las perezas, los vicios y los límites, somos bellísimos hijos de Dios por él creados y amados.
Si Dios nos ve bellos, ¿quiénes somos para no aceptar en nosotros esta belleza? Ni siquiera la vida se puede amar si no nos gusta, si no la descubrimos bella y fantástica dentro y más allá de todo aquello que nos sucede.
El enamoramiento es el primer potente golpe de ala que mueve el infinito vuelo del amor y de la vida. Es inevitable, es bellísimo.
Absurdo, quizás e inaceptable para la mente, no previsible, no calculable, no programable, pero el enamoramiento cumple los primeros pasos siempre y exclusivamente sobre el camino de la belleza, sobre la vía de la luz y de los ojos. Es con los ojos que nos enamoramos. Belleza que puede expresarse y mostrarse en mil modos y caras diferentes, a través de recursos y armonías siempre nuevas y riquísimas, pero siempre de belleza se trata.
Jesús desea con todo su ser que lo amemos y respondamos a su amor infinito, pero el amor no se puede forzar de ninguna manera. Pero lo puede ayudar la belleza.
He aquí que él, el Señor, se presenta a la humanidad como el pastor, el único y real pastor de la humanidad con todo lo que significa y conlleva de ayuda, fidelidad, protección, guía, confiabilidad, salvación, perdón en consideración de nosotros su rebaño, pero se presenta, y no sólo con palabras cuanto sobre todo en la esencia de su divinidad, como el pastor bello, el bello pastor, la belleza hecha pastor. La belleza se hace salvación, la belleza se hace perdón, misericordia, ayuda, apoyo, cuidado, curación.
La belleza de Dios, por amor al hombre, se hace niño en el vientre de la bellísima madre María, se hace voz de justicia y anuncio de liberación para los pobres, se hace milagro y curación para toda enfermedad. La belleza de Dios expulsa los demonios, confunde los poderosos, humilla los prepotentes y los hipócritas. La belleza de Dios en Jesús no teme atravesar pasión y muerte, cruz y martirio, latigazos y escupitajos. La belleza de Dios se retoma la vida en la mañana de Pascua, se dona como perdón sin límites y paz para todos.
También Satanás conoce la potencia de la belleza y sabe utilizarla para su propia ventaja para atraer al hombre a sí y destruirlo. Él es un ladrón de vidas y destructor de corazones, es el señor de los mercenarios. Mercenarios que por dinero y poder, en nombre de una belleza falsa y del todo efímera y exterior, engañan al hombre, suprimen toda dignidad, extinguen toda belleza real del individuo y de la humanidad, volviéndolo un ser abyecto, feo, esclavo y miedoso.
La belleza es obra de Dios. Es obra de Dios también en nosotros, en nosotros sus hijos y para estar tan enamorado de nosotros quién sabe qué ve Jesús en nuestra persona de belleza y armonía. Cuanto nosotros no podemos ni siquiera imaginar.