En esta sección cada día es posible encontrar una reflexión sobre el Evangelio del Día.

Domingo 12 Diciembre 2021

Tercer Domingo de Adviento – Ciclo C

Palabra del día
Evangelio de Lucas 3,10-18

Al principio

Es nuestra manera de pensar que determina y promueve el tipo de vida que conducimos y no al contrario. Aun si el adiestramiento tiene un peso específico enorme en nuestra manera de pensar, no es el sistema de vida que llevamos que determina nuestra manera de pensar. No es el tipo de vida que conducimos que determina nuestro sistema de pensamiento, sino que es nuestra manera de pensar que crea el estilo de vida. Por cierto, es el sistema social en el cual estamos inmersos que promueve competición y posesión, ambición, pero no puede sostenerse mucho tiempo si no es alimentado continuamente también por nuestros pensamientos de desafío y de ambición. Son estos pensamientos de desafío que dentro de nosotros y alrededor de nosotros determinan el sistema de vida en el cual vivimos y todas las heridas y las injusticias que, luego, nos hacen sufrir. 
Se utiliza tanto este sistema de pensamiento para enfrentar la realidad, que se ha arraigado y cristalizado fuertemente en la mente de las personas, tanto que es considerado, enseñado y propagado como un proceso psíquico absolutamente normal, inocuo y, por lo tanto, desprovisto en su esencia de alternativas posibles.
En el momento en el cual nuestro espíritu concibe y comprende de querer renunciar a este sistema de pensamiento porque lo descubre peligroso y promotor de sufrimiento, la decisión de sumergirnos en Dios y de hacernos preceder por su Palabra y por su voluntad y no por nuestros pensamientos es una decisión espléndida, pero que necesita de algunos pasajes propedéuticos necesarios. No conocer y, por lo tanto, no practicar estos pasajes, en fin, no conocer el procedimiento, anula y vuelve ineficaz la decisión de cambiar.
Después de muchos años que una persona camina torcida, con los músculos contraídos, si bien entendiera como soltar y mejorar su caminata, debería actuar este cambio de manera gradual y seguir algunos procesos y entrenamientos bien precisos.
Después de decenios de cristalización mental, después de haber practicado por mucho tiempo la estrategia de los pensamientos de desafío, convertirse, cambiar los pensamientos es maravilloso, pero es como tener que aprender a vivir de nuevo, es como tener que rehacer todo desde el principio. Son necesarios tiempo, preparación, ejercicio, nuevas estrategias y entrenamientos.
Sin atenerse escrupulosamente a este procedimiento es muy fácil que, aun la conversión más bella y radical, se resuelva en un nuevo desafío con algo y con alguien. Este segundo engaño es peor que el primero. Buena voluntad, empeño, decisión, fatiga son perfectamente inútiles sin el método y el conocimiento. A un leñador no alcanzaría el tiempo de una vida para cortar un árbol de treinta metros de altura con un fular, aun si pusiera en eso toda su buena voluntad, el empeño y la fatiga.
Método y conocimiento son esenciales para mejorar la vida. Poner todo el empeño, el entusiasmo y la fatiga del mundo para sembrar trigo en un campo cavando un hoyo enorme, echándole dentro una bolsa de semillas, un barril de agua, un carro de abono y luego recubriendo de tierra y esperando las espigas doradas, es totalmente inútil. Método y conocimiento permiten la vida dondequiera. Método y conocimiento es el procedimiento.
Si es fuerte la decisión, en nosotros, de no hacernos más anteceder por pensamientos oscuros y venenosos, si en nosotros está clara la elección de sumergirnos en Dios y hacer preceder nuestras emociones y nuestras acciones por su Palabra y por su voluntad, el proceso inicial de conversión debe atenerse escrupulosamente al procedimiento tan claramente expreso en las palabras de Juan el Sumergidor.
Tres categorías de personas se acercan a Juan el Sumergidor: la gente común, los recaudadores de impuestos, los militares. La pregunta es la misma: ¿qué tenemos que hacer para cambiar de mentalidad, para convertirnos, para hacernos preceder en nuestras acciones por Dios y no por pensamientos mortales? La respuesta es un ejemplo luminosísimo de método y de conocimiento. A la gente común contesta: El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro tanto.
Compartir. Compartir el bienestar y la riqueza es el primer paso expresado por el Sumergidor. La compartición no es el sentimiento que empuja a realizar soporte y solidaridad para los indigentes. Compartición etimológicamente significa reunir una visión, una manera de ver y de conocer. Prácticamente compartir es la visión interior que realiza la expansión del bienestar, de la riqueza, compartir es amar el hecho de poder juntar todo el bien y el bienestar para que todos sean ricos de cosas buenas y bellas. El hombre no puede vivir sin gozar y vivir de cosas buenas y bellas.
Dios es rico de cada todo, es pleno de toda belleza y bien, Dios es la fuente de todo bien y paz y Dios ha compartido con el hombre la propia visión de la vida, ha compartido cada bienestar, gracia y belleza propio. La compartición de los bienes primero empieza necesariamente por una compartición, la compartición de nuevos deseos y pensamientos ya no sujetados al veneno que envenena la vida de la gente común, es decir la posesión de las cosas y de las personas.
Es aprendiendo a tomar las distancias de los pensamientos de posesión que luego se logra sumergirse realmente en los deseos de compartición de Dios. Creer en Dios y buscar conversión y evolución espiritual sin seguir con amor y alegría la vía de la compartición es totalmente inútil además de engañoso.
A los recaudadores de los impuestos el Sumergidor contesta: No exijan más de lo estipulado. Por cierto no es una invitación a la pereza social, a la indolencia estatalizada, sino que es la indicación a hacer bien la propia parte, a realizar en lo mejor de las propias posibilidades los encargos a nosotros confiados sin hacerse nunca los asuntos de los demás. Esto es el segundo paso del procedimiento: no usar nunca el propio encargo o poder para interferir en la vida de los otros. En práctica es la invitación clara a no usar nunca la propia voluntad para modificar la vida de los otros, a no ejercer nunca y de ninguna manera la fuerza de voluntad sobre algo afuera de sí mismos. Nuestra fuerza de voluntad debe y puede estar dedicada sólo y exclusivamente para realizar de la mejor manera y realizar de la forma más plena nuestra tarea. Si todos se activaran para realizar de la manera más bella, feliz y profesional la propia tarea, el mundo cambiaría.
Esta segunda indicación es preciosisima porque elimina en un instante el monstruo destructivo de la competición, además que acallar en un sólo segundo opiniones, fórum, chismes y calumnias de todo tipo.
A los militares dice: No extorsionen a nadie, no hagan falsas denuncias y conténtense con su sueldo.  El tercer paso es la no-violencia. El Sumergidor indica a los hombres de armas no usar la fuerza para someter y amenazar a los propios hermanos en nombre de los potentes para proteger sus intereses económicos. Además de no poner nunca la fuerza de sus armas a servicio de injustos tribunales instituidos por los potentes en contra de los pueblos.
Entonces el inicio de la conversión, de toda conversión, de toda real inmersión en Dios es – increíble a decirse – no cambiar drásticamente nada de las propias responsabilidades, del trabajo, de los compromisos y de las tareas adquiridas, sino cambiar radicalmente la manera de realizarlos.
Estos los tres pilares indispensables para honrar la fuerza y la gracia de una vida que cambia: compartición de la riqueza, cumplir de la mejor manera la propia tarea, no usar la fuerza para legalizar la injusticia.
Antes de toda mutación exterior o social es necesaria una profunda y radical mutación del corazón, que se reconoce únicamente gracias a la realización de estos tres pilares. Religiosidades intensas, altísimas filosofías espirituales, retahílas morales, conversiones que no llevan a la realización de este procedimiento son inútiles y falsas, y, de la manera más absoluta, no tienen nada que ver con el Absoluto.
Cuando las conversiones mentales y espirituales coinciden exageradamente con evasiones de responsabilidades adquiridas y transformaciones conductuales excesivamente repentinas, no se trata de real inmersión en Dios, sino de nuevo desafío y competición mental en acción, también con la mejor buena fe. Sólo cambiando profundamente la manera de sentir dentro cambia la manera de hacer las cosas y en el tiempo se pueden cambiar las cosas.
Cuando la Inmersión en Dios que quita el aliento a los pensamientos de muerte acontece realmente sobre las alas del Santo Paráclito, en los pensamientos que anteceden las acciones y las emociones ya no se encuentra más algun rastro de desafío, envidia, molestia, competición con nada y con nadie.
Cuando la Inmersión en Dios quita el aliento verdaderamente a los pensamientos de las tinieblas, el renacimiento se hace evidente y bello sólo a través de la realización de los tres pilares elementales de la real renovación del corazón y del espíritu: compartición, hacer de la mejor manera la propia parte, no-violencia.