En esta sección cada día es posible encontrar una reflexión sobre el Evangelio del Día.

Domingo 19 Diciembre 2021

Cuarto Domingo de Adviento – Ciclo C

Palabra del día
Evangelio de Lucas 1,39-45

El vientre

El vientre es la habitación y en el tiempo oportuno, es la puerta. El vientre es la casa donde nos desnudamos de una dimensión para revestirnos de otra. En el vientre, el hombre se desnuda de su aspecto angelical y se viste de carne y de piel para presentarse descalzo y desnudo a la luz del sol.
El vientre es la vía divina, natural, es casa, es puerta, contiene y ofrece, pero sobretodo el vientre viste de piel.
También el evento extraordinario de la Encarnación del Hijo de Dios sigue la vía natural de la transmisión de la vida humana, el vientre, el vientre de María, el vientre de la grande Madre, pero es siempre un vientre, un vientre que despoja, desnuda y viste.
Ni siquiera el Hijo de Dios puede atravesar el vientre de una mujer sin despojarse de su vestimenta divina para presentarse descalzo, desnudo, revestido de piel a la luz del sol. El vientre despoja y reviste. El vientre es el lugar en el cual también Dios se despoja y queda desnudo y descalzo.
El vientre es el lugar donde el hombre encuentra a Dios desnudo, y la desnudez de Dios es su misericordia, su infinita misericordia. La desnudez de Dios es su innombrable, soberana, dulcísima, omnipresente, omnipotente, calurosísima, visceral misericordia. No es una casualidad que en toda la biblia, la misericordia sin limites y medidas de Dios sea siempre representada como la parte más visceral de Dios. El vientre de Dios es la fuente de su omnipotente misericordia, chesèd en hebreo.
El vientre de María es el lugar donde Dios y el hombre se encuentran descalzos y desnudos. El hombre es despojado de su arrogancia por la misericordia dulcísima de Dios, Dios es despojado de su esplendor divino por amor de misericordia hacia su criatura. En el vientre de María el hombre se puede despojar del miedo y del orgullo, del desafío y de la vanidad y revestirse de la misericordia del Señor.
En los textos bíblicos, para expresar la particularísima cercanía y la intimidad de Dios con el hombre, se repite varias veces una imagen muy, muy particular, tan audaz que es casi inaceptable para nuestras estructuras teológicas y mentales. La imagen que los textos usan para expresar y dar a conocer al hombre la total cercanía e intimidad de Dios y de su presencia de amor es el vientre, pero de una manera del todo impredecible a como nuestra mente puede imaginar. Son textos de una belleza y de una magnificencia insondables y nos hacen conocer una verdad trastornante y dulcísima.
Alégrate, hija de Sión, regocíjate, Israel! Alégrate y exulta con todo el corazón hija de Jerusalén! El Señor ha revocado tu condena, ha expulsado a tu enemigo. Rey de Israel es el Señor en tu vientre, ya no tendrás nada que temer (Sofonías 3, 14-15) Y aún: Alégrate, exulta hija de Sión, yo vengo a morar en tu vientre (…) y tu sabrás que el Señor de las legiones me ha mandado a ti (Zacarías 2, 14-5)
Dios no sólo tiene en su vientre a la humanidad visceralmente atada a la fuente de su misericordia, sino por la ley de la intimidad del amor, es también el hombre que tiene en el vientre a Dios el Señor. Dios habita en nuestro vientre, Dios mora en las vísceras de nuestro vientre, así dice su Palabra. ¿Qué hay de más pacificador y consolador que el sentir afirmar por la Palabra de Dios que Dios habita en nuestro vientre, siempre y no obstante todo? Cuando estamos en la luz, Dios habita nuestro vientre y cuando estamos en las tinieblas, Dios habita nuestro vientre. Nuestra vida cambiaría al instante, si viviéramos más concientemente esta realidad. La morada de Dios es el vientre de su pueblo, la tienda del Altísimo es el vientre de cada uno de sus hijos. ¿Cómo podríamos no amar a nosotros mismos con amor transparente y fiel si tuviéramos la conciencia y el conocimiento que Dios habita en nosotros de esta manera? ¿Cómo podríamos no amar a los demás con amor transparente y fiel, si supiéramos que Dios habita en ellos? ¿Cómo podríamos no amar con todo lo que somos al Señor si creyéramos que Él mora cada instante y para siempre en nosotros?
¿Qué hay, entonces, de más natural y simple, qué hay de más coherente y armonioso para Jesús que usar un vientre, el vientre de la madre María para entrar en la historia del hombre?
El vientre es la vía natural al encuentro de las intimidades, es la vía natural a la vida. Nosotros habitamos en el vientre de Dios y nos despertamos cada mañana en su barriga, es Dios que nos contiene en su misericordia, y no podría ser de otra manera, pero al mismo tiempo, cada instante el Señor habita nuestro vientre y nuestras vísceras en intimidad total y silenciosa y por nosotros se hace contener.
Si Dios nos habita en nuestro vientre, se Dios habita nuestro vientre, no hay distancia, no hay viaje que de Él nos pueda alejar. No hay abismo ni tiniebla que de Él nos pueda separar, no hay pecado, mal, engaño y miedo que de Él nos pueda alejar.
Que el hombre sea victima o verdugo, rico o pobre, santo o perverso, siempre contiene en el vientre la presencia silenciosa y amante de Dios infinito Creador.
El anuncio del ángel Gabriel a María del nacimiento de Jesús en el leudar del vientre es un anuncio absolutamente nuevo, pero al mismo tiempo es el anuncio de la más grandiosa y antigua verdad de la vida. Dios habita desde siempre el vientre del hombre.
El vientre de María contiene a Dios hecho hombre, Jesús Altísimo Hijo de Dios, contiene aquel que debe llevar nuevamente al hombre al conocimiento liberador y salvador que Dios habita en nosotros cuanto nosotros habitamos en Dios. Él es aquel que nos mostrará el rostro del Padre, aquel que nos envolverá del Santo Paráclito para siempre, aquel que muere y resurge desde el vientre de la tierra. Él es aquel que en el instante en el cual nace en el vientre de la Madre María anuncia solemnemente al mundo que nunca, ni por un instante, ha podido abandonar el vientre de cada uno de sus hijos.
Aquel que con su nacimiento anuncia que nunca, ni por un instante, ha dejado su habitación divina, el vientre de cada uno de sus hijos. Aquel que, desde el vientre de la Madre, anuncia el amor del vientre del Padre que es su divina misericordia.