¿De quién?
¿De quién seremos esclavos hoy? Porque, sin duda alguna, de alguien seremos esclavos.
¿Seremos esclavos de nuestras ambiciones o de nuestras manías? ¿Seremos esclavos de nuestros convenios o de las costumbres de los otros? ¿Seremos esclavos de la preocupación de qué dirá la gente o sumisos a las obligaciones de la moda? ¿Seremos esclavos del anticonformismo o de la opinión común? ¿Seremos esclavos del miedo, del terror de no estar a la altura de las expectativas ajenas, o esclavos de nuestro omnisciente juzgar?
¿Cómo se pueden romper las cadenas de la esclavitud? ¿Con la libertad? No. No funciona. Si no se entiende como funciona, ser libres es solo una palabra, una inútil y desviante expresión vocal que no ayuda a liberarse de la esclavitud. ¿ Y entonces? Hay una sola manera para no ser esclavo y es ser servidor, servidor por amor del más Grande.
Hoy también seremos esclavos o servidores, esclavos de los deseos de alguien afuera de nosotros o servidores de los deseos de Dios. O esclavos exasperados por algo que no nos pertenece y no nos representa, no nos enardece el corazón, no nos ilumina, no nos abre a la maravilla, o servidores, servidores del amor, de la paz, de la belleza en nombre de Dios. O esclavos sumisos a las expectativas personales y ajenas, o humildes servidores de los deseos de Dios.
Para conocer los deseos del mundo no se necesita mucho, vienen a nosotros como tormenta, a través de la enorme puerta de la mentira y de la persuasión. Para conocer los deseos de Dios, la puerta es más estrecha, porque conduce a un camino recorrido sólo por los pasos de la libertad y de la conciencia. Es el camino estrecho pero maravilloso del evangelio, donde en la voz de Jesús llega a la humanidad el canto de los deseos de Dios.
¿Hoy seremos esclavos de los deseos ajenos o servidores de los deseos de Dios?
María, la servidora del Señor, es poderosísima compañera de viaje y de elección.