En esta sección cada día es posible encontrar una reflexión sobre el Evangelio del Día.

Miércoles 15 Junio 2022

Undécima semana del Tiempo Ordinario

Palabra del día
Evangelio de Mateo 6,1-6.16-18

Cuenta

Literalmente está escrito: y tengan cuidado, no hagan su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos: si no no tienen salario [griego: mistòs]  por vuestro padre aquello en los cielos. Jesús nos pone en guardia de uno de los peligros más gigantescos de toda la vida humana, nos pone en guardia del enemigo número uno de la vida, de toda la vida de cada vida. La ambición es el más grande peligro del hombre. Cualquier pensamiento y cualquier acción del hombre, sean incluso los pensamientos y las acciones más nobles y santas, justas e inmaculadas, si se realizan en nombre de la ambición, empujados y motivados por la ambición, son lo nada destructivo y más mortal que exista para la vida, para toda la vida que Dios ha creado. No hay nada en la vida del hombre que tenga tanto poder de destruir la vida y las relaciones humanas, envenenar el espíritu, aniquilar la alegría, producir dolencia y enfermedad como la ambición. Pero la cosa peor, y absolutamente la más devastadora, que la ambición asegura es impedir literalmente al hombre de poder participar y gozar del salario de Dios. ¿Qué es el salario de Dios? ¿Qué es el mistòs del texto griego que traducimos con salario? Es sin duda la retribución, el concerniente, el correspondiente, el equivalente, pero no sólo como la mente puede considerar comúnmente. ¿Qué es el salario de Dios que, Jesús asegura, no podremos nunca alcanzar y experimentar si vivimos en la ambición? El salario de Dios debe ser sin duda algo magnífico, maravilloso, absolutamente indispensable al hombre para ser feliz, en el bienestar total, en la paz. ¿Qué es el salario de Dios? ¿Quizás es la eternidad de luz en la paz de Dios, en la alegría y en el banquete sin fin de su cielo? Propio no, por lo menos en este contexto evangélico. Según las palabras de Jesús la ambición no sólo tiene el poder de impedirnos conocer y gozar del salario divino de la vida eterna en su amor y en su luz, sino tiene el poder de impedirnos conocer y gozar del salario de Dios ya sobre esta tierra. Pero,¿qué es entonces el salario de Dios? ¿Qué es el salario desde la perspectiva humana? El salario es lo que un hombre recibe como remuneración para la obra de su ingenio y de su trabajo, finalizado a cubrir las necesidades para su sustento y en general para garantizar el bienestar y la salud de su vida. Si Jesús usa el término salario hay una razón precisa y cierto no puede indicar únicamente la recompensa final de la vida eterna, sino algo, un bien, una moneda divina, que sólo Dios puede donar, absolutamente indispensable para el bienestar, la felicidad, la salud del hombre ya en esta experiencia terrena. ¿Cuál es la retribución, la moneda divina que, si invertida correctamente, podría asegurar el bienestar, la felicidad, la salud del hombre? El salario de Dios es la fuerza del conocimiento y todos los dones a ella ligados. Los discípulos que anunciaban la Palabra de Jesús, y lo hacían sin ser ligados a algún tipo de ambición, venían retribuidos directamente por Dios con el mistòs, el salario de Dios, que en aquel caso era la fuerza del conocimiento que se traducía en el poder de sanar toda enfermedad, resurgir a los muertos, expulsar a los demonios. En el instante en el cual los discípulos de Jesús han iniciado a usar estos dones para cultivar su ambición, el mistòs, el salario de Dios, ha desparecido. Ningún hombre en el mundo puede participar de la fuerza del conocimiento, de los dones y de la potencia de Dios, si vive por la ambición, en cualquier circunstancia y dimensión de la vida. El médico que tiene la cuenta abierta con su ambición no podrá jamás sacar la fuerza del conocimiento, el mistòs de Dios, para descubrir como curar de la mejor manera los propios pacientes. El político que tiene la cuenta abierta con su ambición no podrá jamás sacar la fuerza del conocimiento, el mistòs de Dios, para descubrir como servir de la mejor manera el pueblo a él encomendado. Así es para el científico, el educador, el predicador, el ministro de la iglesia, el hombre común. Hasta que el hombre tendrá su cuenta abierta con la ambición, Dios no podrá verter en nuestra cuenta psíquica y espiritual su mistòs, su divino salario, y el hombre, todo el hombre en sus dimensiones, quedará no sólo pobre y miserable de toda riqueza y bienestar, sino se encontrará estúpido, ignorante, insensato, obtuso, limitado intelectualmente. Es la ambición que vuelve estúpidos, incompetentes en el vivir, frágiles, inciertos, infelices y miserables dentro y fuera, sedientos de dominio, fáciles presas de Satanás a través de la vanidad y de la avidez. Jesús es clarísimo y nos revela abiertamente cuanto es letal la ambición, tan letal que puede volver inútiles la oración y la relación con Dios, vaciar la caridad, el amor, la entrega a los otros, envenenar el ayuno y toda ritualidad y devoción.