En esta sección cada día es posible encontrar una reflexión sobre el Evangelio del Día.

Domingo 17 Octubre 2021

Vigésimonoveno Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo B

Palabra del día
Evangelio de Marcos 10,35-45

Las dos fes

Dos son las vías posibles que se pueden recorrer en esta vida terrena. Son vías que proceden en direcciones opuestas, y generan pasos, elecciones, caminos humanos completamente diferentes.
Una es la vía de la fe en el poder.
El poder del poder es que se considera y se autodefine poder. Es una especie de fe al revés. Se cree firmemente de ser algo que en realidad no se es. Los hombres y las mujeres temerosos que tienen necesidad de protección y de conducción, se someten naturalmente al poder y lo defienden a ultranza, porque el poder se ofrece defenderlos y les ofrece un credo.
Jesús mismo indica a los poderosos de la tierra como aquellos que se consideran jefes de las naciones. El poder es siempre presunto. Deriva siempre de una convicción tan firme de algunos que es capaz de crear una convención igualmente firme en otros que se someten y obedecen, pero en realidad el poder está sólo en el cerebro de quien cree poseerlo y en el miedo de quien piensa no poder estar sin ello.
La vía de la fe en el poder crea la religión del poder con sus ritos, sus leyes, sus andamiajes políticos, sus principios y su séquito de adoradores. La vía de la fe en el poder crea los grandes del poder, hombres y mujeres que se reconocen como dios y así enmascarados de divinidad son defendidos y honrados, respetados y temidos por milenios por enteras generaciones.
Los grandes del poder, detrás de sus máscaras morales y constitucionales, mandonean, abusan, exprimen, destrozan, violentan, devastan, destruyen los pueblos. Los grandes del poder ejercen el poder a través de su poder de atracción que encuentra un terreno óptimo en las dos necesidades fundamentales de la gente. Primero, la necesidad de creer en algo, para responder a aquella necesidad epistémica connatural de los pueblos de tener convicciones y credos a los cuales someterse y obedecer. Segundo, la necesidad de la gente de tener pan seguro, organizado, programado.
Estas necesidades populares conducen a no querer sentir de por sí y a no querer pensar y entender la realidad con la propia cabeza y de consecuencia a no actuar con el propio corazón y conciencia. Esto determina un entorno social y psicológico de ignorancia y pereza apto al adiestramiento y a la sumisión de las naciones. El miedo y el terror de no ser amparados o de ser eliminados por el mismo poder completan la obra. Los hombres y las mujeres del pueblo temen el poder, y a veces incluso lo condenan, pero, si en la lucha en contra del poder logran obtener el poder, se vuelven en pocos instantes ellos mismos hijos y servidores del poder. La historia está llena de revolucionarios que han sublevado las masas a la guerra y a la revolución para suplantar el poder constituido para luego, simplemente, reemplazarlo.
Una vez creado este terreno para el poder es esencial un trabajo meticuloso y continuo de manutención de la desestructuración psicológica y espiritual de la gente. La empresa de manutención está constantemente ocupada, antes que nada en las minuciosas canalizaciones escolares, donde el adiestramiento inicia a tierna edad, para continuar en las estructuras políticas donde tienen que ser constantemente monitoreadas las eventuales pérdidas de las cañerías del nepotismo político, científico, económico. Se necesita de una constante y laboriosa manutención de las constelaciones de los partidos, del sistema político, para garantizar la distribución de las informaciones confusas y de las mentiras globales. Es preciso medir y mantener constantemente actualizado el estado de postración psíquica y laboral de los sometidos a través de constricciones y atolladeros económicos, impuestos, inflaciones, encarecimientos obsesivos. Una de las actividades de manutención más laboriosa es suministrar dosis cada vez más abundantes de justicia injusta, de leyes pilotadas, silencios engañosos, distorsiones de la realidad. De esta manera el individuo y la colectividad pierden toda posibilidad de pensamiento autónomo y racional.
Y es así que detrás de la máscara del poder no se logra saber quien tiene poder sobre quien, quien obedece a quien, quien está sometido a quien, cual sea la apariencia, cual sea la realidad.
Los reyes de la tierra son tierra y polvo como todos los hombres, pero la fe en el poder los transforma en máscaras creíbles que abrazan incesantemente la necesidad de creer y de someterse de la gente. Esto vuelve los reyes y los poderosos de la tierra en prepotentes insolentes, refinados arrogantes, integérrimos asesinos de pueblos y generaciones.
La otra vía es el poder de la fe. La vía que Jesús propone a sus discípulos. La vía de la fe, la vía del poder inconmensurable que tiene la fe, la fe verdadera, la fe que reconoce y ama a Dios por lo que es, el Dios verdadero y no aquella necesidad epistémica humana que transforma en dios lo que Dios no es.
Es la vía de Jesús, la vía que no prevé poder humano, que no prevé mandonear, sino servir. Es la vía que crea servidores de la vida y del amor, no esclavos y sometidos. Servidores sin miedo, sin dueños, sin más protecciones y defensas que Dios. Servidores inteligentes y conscientes de la fuerza del amor, del bien, de la justicia, de la compartición de los bienes, del verdadero bienestar del hombre y de la mujer. Servidores no esclavos, simples no ignorantes, buenos no sometidos, humildes no imbéciles. Servidores del reino de Dios, servidores del Rey de reyes.
También en la vía del poder de la fe se puede ser grandes, está previsto, es más, deseado, por Jesús. Jesús desea para nosotros una grandeza del alma, una autoridad que deriva de la verdad, un ser grandes para la utilidad intrínseca de nuestra persona, al servicio del bien y de la verdad.
En la vía ofrecida por Jesús se puede ser primeros, en el sentido de ser verdaderamente importantes entre los hermanos, primacía garantizada a aquellos que usan el poder de la fe para ser primeros en el servicio a los hermanos.
El poder de la fe es creer y amar la Palabra de Jesús porque es Hijo de Dios. Pero el poder de la fe es también creer y amar a Jesús como Hijo de Dios desde su Palabra. Una Palabra que la mente y el corazón pueden sentir más allá de todo adiestramiento y convicción, como las palabras más coherentes, perfectas, bellas, inconmensurables, verdaderas, nunca dichas ni escritas.
El poder de la fe es el poder del corazón de creer y luchar por la justicia y por la paz verdadera independientemente del poder humano y por encima del poder humano. Es la fe de los mártires y de los simples, una fe sin compromisos, pero nunca fanática, una fe simple, nunca estúpida, una fe amante, nunca posesiva, una fe que mueve los pies y las manos, corazón y alma para anunciar y nunca para colonizar. La fe de aquellos que se sienten honrados de vivir y de ser llamados por Dios a vivir esta aventura terrenal sin buscar otra honra y grandeza que la gloria de Dios y la alegría de los hermanos.