En esta sección cada día es posible encontrar una reflexión sobre el Evangelio del Día.

Miércoles 26 Mayo 2021

Octava semana del Tiempo Ordinario

Palabra del día
Evangelio de Marcos 10,32-45

Siempre aquella

Cuando la mente debe elegir qué comprar, ¿según cuál proceso elige? Cuando por la mañana debe decidir qué vestido llevar, ¿lo hace calculando la temperatura externa? Cuando decide comprar un coche, ¿la mente en qué piensa?
Cuando debe elegir, la mente sigue únicamente los procedimientos determinados por la envidia. Satanás, el príncipe perdedor de este mundo, nos ha encadenado la mente a un solo proceso mental: la envidia. También para él es el único proceso mental posible. Las Sagradas Escrituras afirman que, por su envidia, la muerte ha entrado en el mundo (Sabiduría 2,24).
La envidia es el sistema primero e impecable para programar nuestros pensamientos, para reorganizar nuestros prejuicios, para reavivar la maledicencia y la calumnia, para pensar mal de Dios y de su justicia y providencia. Es la envidia que nos hace pensar mal de Dios, de los demás, de nosotros mismos, nutriendo en este modo la no-fe en Dios, el conflicto con los demás, la desconfianza en nosotros mismos. La envidia nos hace vivir la vida como en una película, donde todo lo que nos ocurre tiene sentido si de alguna manera aplaca nuestra envidia, de otra forma es rechazado como injusto, desventajoso, fastidioso, ilógico. Es bajo el influjo de la envidia que la mente se enciende indefectiblemente para maldecir por lo que le ha sido quitado, pero no se activa del mismo modo para agradecer por lo que queda.
La envidia tiene una hija, la vanidad, y su cordón umbilical es satánicamente perfecto e indestructible. Más la envidia nos hace sentir inferiores y tratados injustamente por la vida, más la vanidad nos socorre con el culto de la imagen, del éxito, del poder.
Jesús propone un poderoso antídoto contra la envidia: desear volverse los primeros en el servicio a los hermanos, en el amor a través de la humildad. Humildad es reconocer con gratitud y fiesta la proveniencia divina de todas las cosas, es reconocer siempre y dondequiera que todo lo que tenemos proviene de las manos de Dios y podemos ponerlo al servicio de los demás gratuitamente.