En esta sección cada día es posible encontrar una reflexión sobre el Evangelio del Día.

Viernes 1 Julio 2022

Decimotercer semana del Tiempo Ordinario

Palabra del día
Evangelio de Mateo 9,9-13

La cura

¿Quién tiene a Mateo sentado a la fuerza detrás del banco de los impuestos? ¿Una tradición? ¿El prestigio? ¿El deber? No, quien tiene a Mateo clavado a aquel banco y a aquella vida es la avidez. Y la avidez ¿por quién está generada? Por el ego. Es el ego de Mateo que tiene a Mateo cerrado detrás de los barrotes de su avidez y encadenado al banco de los impuestos. ¿Qué tiene engatillados a los fariseos entre los laberintos de la ley y de la tradición, clavados a los escaños de sus cátedras? ¿La religión? ¿La justicia divina? ¿El amor por Dios? No, lo que tiene perennemente engatillados a los fariseos en el remolino de sus prejuicios es la sed de dominio. Y la sed de dominio, ¿por quién está generada? Por el ego. Es el ego de los fariseos que tiene a los fariseos encadenados a sus cátedras y a sus prejuicios. ¿Quiénes son los enfermos? ¿Quiénes son los sanos? Los enfermos son los poseedores del ego que no quieren liberarse del ego, los sanos son los poseedores de ego que desean con toda fuerza ser liberados del ego. Jesús es claro. No ha venido para los que no reconocen en sí la señoría y la prepotencia del ego y no desean de ninguna forma liberarse de ello. Jesús es el médico sin comparación más poderoso y preparado contra las patologías del ego, es el remedio más eficaz y vencedor contra los envenenamientos del ego. No hay cura en el mundo, en cielo y en tierra, más poderosa de la Palabra de Jesús y de sus procedimientos evangélicos. Jesús puede sanar al hombre de cualquier enfermedad, porque ante todo es capaz de curar al hombre de las presiones, del engaño, de las torceduras, de las desarmonías que derivan del ego. Jesús propone su cura: Yo quiero misericordia y no sacrificios. La cura de Jesús es el amor, pero el amor destilado bajo la forma de misericordia, la misericordia de la compasión, de la comprensión. El ego vive y se alimenta de ambición en cada forma, y la ambición puede ser cada cosa y estar en cada cosa, pero la forma más sutil y peligrosa de ambición es aquella de la vanidad que deriva del sentirse bien, del sentirse bien con respecto al deber, a la ley, a Dios. Es aquella ambición perversa y absurda que empuja al hombre a sacrificarse para sentirse justo, superior a los demás, apropiado a las circunstancias, correcto y honesto, idóneo, imparcial, lícito, legítimo, moral, regular, adecuado, dirigido, medido, acertado, conforme, uniforme, merecedor. Es la ambición que fagocita ley hasta que crea injusticia, se refuerza de pertenencias hasta que predica igualdad, se alimenta de morales hasta que siembra división y miseria, se enrolla de deberes hasta que extiende su dominio y su poder. Yo quiero misericordia y no sacrificios, esta es la cura de Jesús a las crisis económicas, sociales, políticas del hombre, esto es el remedio del evangelio contra las epidemias de desesperación y miedo, el medicamento del Señor Dios para la miseria y para el miedo del hombre. Yo quiero misericordia y no sacrificios, esto vence la ambición y desarma el ego, en cualquiera de las formas que haya encontrado espacio en el corazón y en el espíritu del hombre. La misericordia que se pide a Dios, por la monstruosidad de los daños provocados por nuestro ego al bien personal y común, a la tierra y a todos los seres vivientes; misericordia que se ofrece a los hermanos por todas las heridas que su ego ha inferido a nuestro ser y a nuestro corazón. Yo quiero misericordia y no sacrificios, esta es la cura de Jesús para quien quiera curarse.