En esta sección cada día es posible encontrar una reflexión sobre el Evangelio del Día.

Martes 19 Julio 2022

Decimosexta semana del Tiempo Ordinario

Palabra del día
Evangelio de Mateo 12,46-50

Vínculos

Jesús se ha encarnado completamente en nuestra vida y en nuestra historia. Jesús ama todo de nosotros y de nuestro ser, en modo total y maravilloso y todo conoce perfectamente. Pero una cosa de nosotros no la comparte para nada, y varias veces lo afirma en sus palabras. No comparte la manera en la que nosotros concebimos, vivimos y manejamos nuestros vínculos familiares, porque están fundados sobre otras energías que no son amor. Jesús, en este frente, nos inspira a un cambio según su visión divina, para crear vínculos familiares, eficaces y liberadores, que ayuden a la vida. No desprecia los vínculos de sangre pero, en su visión y percepción divina, nos revela algo que la humanidad no ha todavía entendido bien.
Para Jesús, el vínculo verdadero, poderoso, que tiene un sentido y una dirección incluso más allá de la vida terrena, es el vínculo del espíritu, la compartición del amor y de la luz, de la esencia misma de aquello que es la energía del Espíritu. Según Jesús, no hay vínculo en el mundo más bello, natural, fuerte, liberador y eficaz que el vínculo de quien comparte dentro el alma un deseo de luz nacido de la semilla y del espíritu de su Palabra misma y de lo que esta representa. Es obvio que por Palabra de Jesús no se entiende sólo el evangelio, sino todo lo que la Palabra, desde siempre y por siempre, representa en el corazón del hombre: amor por la verdad, elección de amor, divina sabiduría también antes y más allá del conocimiento directo e histórico de Jesús.
Para nada sirven, es más se pueden revelar peligrosos y aprisionantes, los vínculos de sangre, si no están tenazmente basados en elecciones interiores según el corazón de Dios, y si no están purificados por la práctica del amor compartido entre los corazones. Aquello que se define amor por un hombre o una mujer, porque es padre o madre terrenal, no es amor por el hecho que hay un vínculo de sangre. Aquello que se define amor por un hombre o una mujer, porque es un hijo o una hija, no es amor por el hecho que hay un vínculo de sangre. Estos vínculos residen mucho más a menudo entre las fauces del poseer en lugar que en la fuente del amor, y del amor de Dios. El vínculo humano es un vínculo frágil, convencional, atado a los deberes, responsabilidades, miedos, chantajes, soledades recalcitrantes, no necesariamente a un compartir de elecciones del alma y del corazón, de los deseos profundos e íntimos.
Amar y desvivirse por el propio padre terrenal y, al mismo tiempo, odiar como si nada al vecino de casa, no es amor. Dedicarse sin descanso al propio hijo y, al mismo tiempo, vengarse de un enemigo, vejar un subalterno, no es amor. Esto no significa que para amar verdaderamente entre los muros de casa debemos ser perfectos en el amor fuera de casa, no es este el sentido. Pero es patético impulso, obligada dedicación, perversa transmisión de egos solitarios llenos de pesadillas y miedos, aquello que se define amor entre los muros domésticos si no hay una real compartición del amor de Dios  entre los corazones.
Estar pendientes de los labios del propio padre terrenal y no estar amorosamente arrastrados por la sabiduría de las palabras de Dios, ¿qué tipo de amor es? Romperse la espalda y la vida, renunciar a las propias tareas divinas, a la propia realización personal, para tranquilizar el ánimo paterno y corresponder a las expectativas maternas, sin mínimamente apasionarse y enamorarse de las expectativas del Padre del Cielo, ¿qué tipo de amor es? ¿Cómo así décadas de amorosas relaciones y vínculos familiares, aniversarios y celebraciones, centenares de concordes cenas convivales, se quiebran miserablemente en un momento delante a la repartición de una herencia, entre odios supremos, venenos inconcebibles y tribunales desangrantes? ¿Cómo así tanto amor y dedicación, tantos sacrificios y predilecciones desaparecen en un momento y se transforman en rabia y desprecio hacia el hijo que inicia a interpretar la vida a su manera, que hace elecciones inéditas, que emprende caminos no considerados o no previstos por la costumbre familiar? ¿Qué tipo de amor es el amor que como una fiera defiende el propio hijo, padre, madre, hermano del peligro, del hambre, de la miseria, de la ignorancia, en el total, absoluto desinterés en el peligro, en el hambre, en la miseria, en la ignorancia de millones de otros hombres? El amor, o atraviesa los muros de las casas y de los vínculos familiares o no pertenece al amor. Los esclavistas masacraban y azotaban a sangre a los hijos de los demás durante el día y cubrían de toda atención y bien los propios hijos en la tibieza del hogar. Usando una imagen fuerte, pero real, también Hitler acariciaba y protegía a sus familiares, pero al mismo tiempo ordenaba la masacre, tortura y holocausto de millones de otros hombres. ¿Qué tipo de amor es este? Este es un ejemplo excesivo pero, de manera menos violenta, este procedimiento es posible en millones de cotidianidades. ¿Qué tipo de amor? Usando una imagen aún más fuerte, Satanás mismo afirma que ama a sus hijos y secuaces más que cuanto los ama Dios Padre. ¿Qué tipo de amor es? 
¿Qué tiene de especial, de más precioso, de más divino tu padre, tu madre, tu hijo o hija, el hermano y la hermana más que cualquier otro ser humano? Algo de especial en verdad hay, y es un pronombre posesivo a través del cual se forja este tipo de vínculos: mío, tuyo. Pero nosotros somos de Dios y sólo de Dios, y todos somos sus hijos. Construir los vínculos sobre mío y sobre tuyo es poseer, es delirio de omnipotencia, no es amor, aún cuando se haga de manera inconsciente o sin maldad. No pueden ser los mecanismos de la sangre y los vínculos parentales los que crean automáticamente la predilección por el amor y la compartición del corazón en el espíritu. Este no es el amor al cual Dios nos quiere encaminar e inspirar. El amor al cual nos está inspirando es un amor superior, que no anula, al contrario ilumina de nueva y resplandeciente luz los vínculos de la sangre, la familia, las relaciones sentimentales. El verdadero vínculo, la verdadera relación se crea a través del alma, no en las venas. Sólo una mirada llena de perjuicio y desprovista de la mínima honestidad intelectual puede entender esta indicación de Jesús como desprecio hacia la familia, negación de las relaciones intrapersonales y de las responsabilidades parentales entre las personas vinculadas por la sangre. Jesús está afirmando e inspirando al hombre a una nueva y superior forma de vínculo y relación; relación fundada en el compartir íntimo y activo de su Palabra y de la verdad de sus procedimientos, más allá e independientemente de toda confesión y pertenencia religiosa. En práctica Jesús afirma que no es posible la relación amorosa entre las personas, si estas no comparten con todo el corazón la potencia y la luz de la verdad que él representa. Jesús dice que un padre que cree amar su hijo y tener una optima relación con él y, al mismo tiempo, oprime con injusticias continuas a sus semejantes, no puede de alguna manera amar ni siquiera su propio hijo, ni puede tener con él ninguna relación eficaz. Jesús afirma que el amor por el padre y por la madre, que se desarrolla encerrados en redes tapiadas de las propias casas, en el total desinterés por los demás, sin el compartir cardiaco del espíritu del evangelio, no es amor, sino una relación destrozante, aburrida, una mísera e infeliz forma de poseer. Jesús no nos inspira a renegar los vínculos familiares, sino a volverlos más bellos, luminosos, verdaderos y sobretodo interesantes, según los verdaderos procedimientos del evangelio y no según las miserables, hipócritas costumbres y convenciones humanas.
María, la madre de Jesús, mujer-madre, es la primera madre que experimentó la dureza, por un lado, y el esplendor absolutamente liberador de esta visión divina de las relaciones y de los vínculos. María es madre de Jesús, pero no puede jactarse de ningún privilegio sobre él, ni predilección de amistad, ni derecho de preferencia afectiva, si no en la medida en la cual comparte, en el alma, con Jesús, el esplendor de su Palabra y la intimidad de su amor, y la obra misma de la salvación. Esto es magnifico, liberador. 
La intimidad de los corazones, el compartir en el alma y en las acciones, según el espíritu del evangelio, es el vínculo que también María ha tenido que elegir con Jesús, el amadísimo Hijo de Dios y suyo, divino hermano nuestro. En verdad nos revela que el verdadero, único, real vínculo que podemos crear entre nosotros, hijos de Dios, en esta tierra, es el vínculo en el Espíritu Paráclito.